Salté del viejo camión aún aturdido por la manera en que todo había ocurrido. Apenas nos dio tiempo a recoger los enseres de la cena, aunque algunos de los que se quedaron prometían encargarse del resto. Me seguía molestando ese maldito dolor en el tobillo. Empezaba a pensar que no estaba bien tratado. Esas hierbas… el picor llegaba a hacerse insoportable.
Al bajar a la calle me impresionó aún más la visión que tenía de los guerrilleros. Todos ataviados con ese pasamontañas enrojecido, alzando las escopetas y desalojando poco a poco aquel edificio, parecían un potente ejército de hormigas dispuestas a hacerse con su particular banquete. A mi lado paso un grupo de jóvenes claramente ebrios. Asustados al ver las armas, salieron corriendo sin pronunciar un solo grito. Supuse que se acercaron pensando que se trataba de una celebración desfasada, y la sorpresa no les agradó tanto como para quedarse. Nada más darme cuenta que no había podido disimular la sonrisa al ver la reacción de los jóvenes, uno de aquellos guerrilleros me vio y avanzó hacia mí, gritando a un compañero algo que no pude llegar a entender. En sus ojos observé un brillo de satisfacción, y me agarró del brazo.
-Sabía que acudirías, amigo. Te necesitamos para que entregues esto- En seguida supe que era Marcos. De hecho, era de los pocos que se dirigía a mí. Su capacidad para hablar castellano era sin duda una ayuda innegable para ello.
-Aún no estoy del todo seguro, Sup- No lo estaba, en serio. Me temblaban las manos cuando agarré por primera vez aquel comunicado-.
-¡Venga, cagón! ¿Ya viste a Avendaño por aquí?
-No, aún no lo he visto. Acabo de llegar…
Pero no lo veía. El periodista Amado estaría celebrando la última noche del año con su familia, sin duda ajeno a todo aquel jolgorio que se estada librando a pocos centenares de metros de su casa. Decidí llamarle por teléfono. En mi última visita, su hijo me dio el número por si alguna vez necesitaba comunicarles algo. Y ahora lo necesitaba con fuerza…
La cabina de teléfonos más cercana estaba a dos calles de la plaza en que me encontraba. A mitad de camino, mientras guardaba el documento que me habían dado poco antes, oí un galopar de pasos tras mi sombra. Me giré rápidamente, asustado, y vi a un guerrillero correr hacia mí con un fusil entre las dos manos. A menos de dos metros, se paró en seco, me miró a los ojos y, con un pausado gesto, me señaló hacia el camión que me había llevado hasta San Cristóbal de las Casas. Marcos portaba un abultado cajón que había descargado, me miró y alzó el pulgar en gesto de asentimiento. –Jamás pensé que necesitaría escolta- pensé mientras palpaba el hombro de mi ángel de la guarda.
-Amado, soy Lamboa. Perdona las horas, es importante.
-Estaba despierto, Lamboa. Me ha llamado Mercedes hace unos minutos. Presiento lo que has venido a contarme…
-Acuda a la plaza, Amado. Quizá esto le interese como periodista. Los indígenas han tomado el control de…
-¿Así que está pasando de veras? Mercedes tenía razón. Puto, que no la creía… Voy enseguida. Gracias, José Anto…- Se oyó el sonido metálico que anunciaba el fin de la llamada, y caí en la cuenta de que la moneda que había usado para llamar era de menor valor de lo que pensé en principio.
En fin- pensé- ha entendido el mensaje. No tardará en llegar…
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